jueves, 3 de enero de 2013

Carne de calendario

La primera columna de Elvira Lindo en El País este año 2013 explora la interesante diferencia entre caridad y justicia. Lindo menciona todos esos programas televisivos y reportajes de prensa dedicados a mostrar “la cara de la desgracia” y, en ocasiones, la respuesta emocionada de algún prójimo que, conmovido, ofrece un empleo, el dinero para una operación, una vivienda. Elvira Lindo reconoce que, ante la exposición mediática de esas situaciones, la primera reacción (de comprensión) deja paso a otra de rabia. Y escribe: “Mal vamos si nos acostumbramos a la caridad y no a la justicia”. Me ha parecido una reflexión no sólo inteligente sino también necesaria.

La omnipresente crisis nos está acostumbrando a articular la caridad como solución ante problemas que debería solucionar el Estado del Bienestar. No es de recibo que sean las colectas ciudadanas las que provean los fondos para que una criatura reciba la atención médica que necesita o para que una familia encuentre un techo bajo el que cobijarse. Cuando el estado no garantiza los derechos mínimos de su ciudadanía nos encontramos, no ante una sociedad desarrollada, sino ante una desestructurada, quebrada, o sin desarrollo. No deberíamos acostumbrarnos a celebrar la provisión de fondos que algunas personas consiguen gracias a la ayuda de personas desconocidas sino a exigir que sus necesidades (que otro día pueden ser las nuestras) sean atendidas por la misma sociedad a la que pertenecen. Porque, como escribe Elvira Lindo, ese es su derecho.

Al hilo de lo anterior, ya es un clásico que, con ocasión del fin del año, se intenten conseguir fondos mediante la realización y venta de un calendario, ya sean los fondos para sí mismos (el caso de  deportes con poca o nula financiación) o de forma solidaria para colaborar con alguna causa (el cáncer, la pobreza, la violencia de género, la cooperación al desarrollo, etc.). Así, recientemente los hemos visto adornados con fotografías de toda condición y con todo tipo de colectivos. En ellos encontramos desde el cuerpo de bomberos al de azafatas, desde el equipo de fútbol hasta el de baloncesto, fotografías muchas veces sugerentes en las que, en ocasiones, encontramos a sus protagonistas sin ropa, o en poses sensuales, mientras que otras son instantáneas más bien artísticas, o corporativas, o divertidas sin más.  Una subcategoría de estos calendarios son los que recientemente se ilustran con fotografías de mujeres anónimas (casi siempre grupos de madres) que, en nombre de algún colectivo, o reivindicando algún servicio para ellas o sus familias, deciden desnudarse en las páginas de un almanaque.

Ha llovido desde que, en 2003, Nigel Cole dirigió Calendar Girl (Las chicas del calendario) y cuya recaudación se dedicó, en parte, a la lucha contra el cáncer. En la película, basada en hechos reales, unas maduras vecinas de Yorkshire (Inglaterra) decidían desnudarse para recaudar fondos para el hospital en el que había fallecido, a causa del cáncer, el esposo de una de ellas. Su calendario consistió en fotografías de desnudos artísticos (y algo ñoños) donde se sugería más que se mostraba, con las protagonistas detrás de instrumentos musicales, flores o postres. La iniciativa alcanzó fama mundial y, supuestamente, habría sido la inspiración de otras similares por todo el mundo.

En España, los almanaques más conocidos han sido los que han realizado, casi siempre con poco o nada de ropa, las mujeres que integran equipos femeninos de diferentes deportes, ahogadas ante la falta de espónsores. Sin embargo, fue mucho más mediático el caso de las siete madres de Serradilla del Arroyo (Salamanca) que en 2008 elaboraron un calendario “erótico” (es decir, desnudas) con el objetivo de recaudar fondos para construir un centro de ocio para sus hijos/as. No sólo no recaudaron el dinero previsto sino que, ante las deudas contraídas con la imprenta, tuvieron que ser rescatadas financieramente ¡atención! por una web de porno casero. Paradojas del capitalismo.

Este año parece que han tenido mejor suerte las madres de un colegio de Valencia, cuyo desnudo ha servido para reclamar un autobús que evite a sus criaturas caminar seis kilómetros hasta la escuela. A finales de diciembre habían conseguido el dinero necesario para contratar el autobús durante tres meses. Me pregunto qué iniciativa afrontarán a partir de abril, cuando se agote el dinero conseguido.

Ya escribía hace poco de lo difícil que es posicionarse ante estas cuestiones. Para muchas personas, el usar el cuerpo libremente (en este caso desnudo) es una muestra de la igualdad entre mujeres y hombres que ya se habría conseguido. Sin embargo, el cuerpo desnudo de las mujeres no está despolitizado, tiene un significado que, en el seno del patriarcado, hace difícil (o imposible) una lectura alternativa. Es posible que las haya en otros contextos (el cuerpo utilizado como recurso para la acción política es un hecho, por ejemplo, en el arte feminista) pero no para sustituir la falta de justicia. Que las madres necesiten desnudarse para vender fotografías con las que asumir los costes de servicios que deberían estar a su alcance es un síntoma más de una sociedad que retrocede en derechos en general y en los femeninos en particular.

Por mi parte, a pesar de comprender la situación personal de esas mujeres y madres, me irrita profundamente ese juego patriarcal que quizá no han sabido medir. Me irrita en primer lugar por esa equivocación de la maternidad con el coraje. Quizá sería más "rompedor" que se desnudaran los padres, por una vez al menos nos sorprenderían. Pero, obviamente, quien parece que "hace lo que sea" por sus hijos e hijas son solo las madres. Pero, sobre todo me irrita profundamente porque creo, como Elvira Lindo, que los derechos los tenemos como sujetos. Tremendo sería que solo pudiéramos conseguirlos mediante la venta de nuestros cuerpos (aunque hay quien lo considera no sólo positivo sino necesario) y la caridad del prójimo. Y el patriarcado frotándose las manos. En realidad, la historia es tan antigua (y retrógrada) que sorprende que alguien pretenda hacerla pasar por moderna (y progresista).
 

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