De
visita en Lyon (Francia) por razones de trabajo, me
encuentro con unos grandes carteles en el metro que me interpelan con la
pregunta: “Le pouvoir, a-t-il un sexe?
(¿Tiene sexo el poder?). La región de Rhône-Alpes alcanza con esta campaña la
décima edición de su Quincena de la Igualdad entre los Hombres y las Mujeres,
iniciativa encomiable durante la que se organizan un centenar de actividades
como teatro, conferencias, debates o exposiciones. Quienes leen estas líneas ya
saben que se trata de una pregunta retórica que no se formularía si no fuese
necesaria.
Mi viaje coincide con
la aprobación, a la segunda, del proyecto de directiva para exigir una cuota
femenina del 40% en los Consejos de Administración de las grandes empresas
cotizadas de aquí a 2020, una iniciativa de la vicepresidenta de la Comisión,
Viviane Reding, sobre la que escribía hace unos días. Sin embargo, el supuesto
triunfo de Reding quedó inmediatamente empañado porque la cancillera alemana,
Angela Merkel, manifestó su frontal oposición. La oposición de ésta, que se une
a la de Cameron desde Reino Unido y que lidera un grupo de nueve países (Gran
Bretaña, Holanda, Bulgaria, República Checa, Estonia, Letonia, Lituania,
Hungría y Malta) hace difícil pensar que la iniciativa salga adelante, a pesar
de su aprobación.
La nueva votación se ha
conseguido con un texto que ha rebajado las pretensiones y que limita su
aplicación a las empresas que cotizan en bolsa. Sin embargo, ahora debe
afrontarse un largo camino para obtener el apoyo del Parlamento Europeo, lo que
parece muy difícil teniendo en cuenta el veto de los nueve países citados
además de las resistencias del sector empresarial.
Aunque las mujeres son
el 60% de las personas graduadas en las universidades europeas, el hecho es que
únicamente ocupan el 13,7% de los puestos en los Consejos de administración, lo
que revela que no ha funcionado la autorregulación. Únicamente 23 compañías se
han acogido a la invitación de impulsar la igualdad. Como explicaba Gabriela
Cañas en El País, los sistemas de
cuotas que están tan extendidos en las democracias representativas para
cuestiones varias, no cuentan con apoyo en el terreno de la igualdad de género.
El poder se resiste a
redistribuirse, por eso es tan difícil que las mujeres alcancen los puestos que
les corresponden por talento y por justicia. Para muestra un botón: la Real
Academia de la Lengua Española (RAE) tiene que elegir a una persona para ocupar
el sillón b minúscula, que está
vacante. Ni una sola mujer aparece entre las personas candidatas. Esta institución
cuenta con un 13% de mujeres (el mismo porcentaje que los Consejos de
Administración de las empresas). La realidad es que de los 354 miembros de las
ocho reales academias que tutela el Instituto de España, sólo 22 son mujeres.
El 6,2% de académicas, o lo que es lo mismo, el 93,8% de varones.
La RAE defiende su
neutralidad ante estos hechos. Como escribía Pilar Aguilar hace unos días,
quizá no han oído hablar del “mundo natural de la ideología dominante” que
explicó Barthes. Para Aguilar, es posible que en la Academia crean que las
mujeres pierden la inteligencia al acabar la carrera (no antes, pues las
graduadas son el 60% y además con muy buenos expedientes académicos), o bien siguen
pensando que las mujeres sobran y que con poner unas pocas ya han cumplido su
deber, o incluso que no tengan ni idea de la actividad intelectual, científica
o artística de las mujeres. El hecho es que o no conocen a ninguna periodista,
escritora, cineasta, filósofa, jurista, historiadora, arquitecta, pensadora… o
les importa un bledo la aportación de las mujeres a la sociedad. Lo que es
intolerable es que a estas alturas sostengan siquiera la posibilidad de una
candidatura, otra vez, únicamente masculina.
¿Tiene sexo el poder?
Sí, y no es femenino.
...a ver si a base de repetirlo a alguien, o más bien a alguno, le da por pensar y razonar.
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