miércoles, 6 de febrero de 2013

La crisis financiera también tiene género

Leo en la prensa que Estados Unidos iniciará una acción legal contra Standard & Poor’s (S&P), una de las agencias de calificación de riesgos a la que se acusa de un fraude que habría provocado pérdidas superiores a los 5.000 millones de dólares. El Departamento de Justicia norteamericano, según recoge el diario El País, ha analizado millones de correos electrónicos antes de interponer la demanda. Entre ellos, algunos reveladores: “Espero que seamos ricos y estemos retirados cuando se caiga este castillo de naipes”, escrito por un empleado en 2006.

La demanda se basa en que S&P sabía que los activos que no tuvieran una calificación lo suficientemente alta, no serían elegidos para invertir por parte de las instituciones financieras, por lo que “inflaron” su calificación, engañando a los inversores a los que, supuestamente, se facilitaba información objetiva, independiente y sin conflictos de intereses.

Es sobradamente conocido que el origen de la crisis financiera mundial que está estrangulando a personas y países se inició en la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos, alentada por bajos tipos de interés y una oferta insaciable de crédito a la que favoreció la desregulación financiera y la complicidad de los mecanismos reguladores, que hicieron la vista gorda. Esa crisis se conoce, sobre todo, por las hipotecas basura o subprime, hipotecas concedidas a familias o personas en condiciones económicas inseguras, negocio mucho más arriesgado pero que se compensaba cobrando tipos de interés más altos.

Tal y como explican los profesores Lina Gálvez y Juan Torres en un libro que releo estos días (Desiguales. Mujeres y hombres en la crisis financiera, Icaria, 2010), estas hipotecas subprime, con mayor riesgo de impago, se concedían a personas con pocos recursos económicos, hasta el punto de que se popularizaron acrónimos como NINJA (No Income, No Job and No Asset; Sin ingresos, sin trabajo y sin patrimonio) para referirse a unas operaciones que, a pesar de ser más arriesgadas, también eran más rentables.

Hoy sabemos que estos préstamos eran la base de todo un paquetes piramidales que incluían en un mismo producto tanto los activos de alto riesgo como otros de bajo riesgo. Para favorecer este arte del engaño, se recurrió a las Agencias de Calificación, entidades privadas que eran contratadas por las entidades emisoras de títulos para valorar la calidad de sus emisiones. Dado que los propios bancos eran quienes pagaban los informes, es fácil deducir la “independencia” de aquellos diagnósticos que calificaban los productos de gran riesgo con la triple A.

Lo antedicho es conocido pero a los análisis suele escaparse un enfoque de género que sí utilizan Gálvez y Torres en su texto, quienes recuerdan que los bancos negaban las hipotecas de mejor calidad a los colectivos más vulnerables, para luego venderles los préstamos subprime. A pesar de que, en muchas ocasiones, contaban con ingresos similares a otros colectivos, las hipotecas más ventajosas no se otorgaban ni a la población afroamericana, ni a la latina, ni por supuesto a las mujeres, especialmente si eran negras, mayores o estaban solas.

Diferentes organismos e instituciones han demostrado que mujeres que estaban en la misma situación económica que los varones, accedían a préstamos en peores condiciones financieras: con mayores costes y a tipos de interés más elevados. Estas prácticas abusivas se cebaron con las mujeres de más edad y las afroamericanas, por ejemplo. Hay datos elocuentes: las mujeres negras habían suscrito el 48% de los créditos de alto interés en 2006.

Pero las prácticas abusivas no se quedan ahí, siguen teniendo consecuencias. Dichos grupos vulnerables, que deseaban alcanzar cierta estabilidad económica mediante la compra de una vivienda, hoy son quienes más dificultades tienen para hacer frente al pago de la hipoteca, enfrentándose a una letra pequeña que, en su mayoría, desconocían. Con la crisis (pérdida de empleos, disminución de los ingresos), las malas condiciones de crédito se están traduciendo en más ejecuciones: dos tercios de las hipotecas ejecutadas por los bancos estadounidenses corresponden a contratos suscritos por mujeres, el 90% de ellos subprime.

Agentes inmobiliarios y bancarios se aprovecharon, sin pudor, de la mayor necesidad y la muy frecuente ausencia de conocimientos financieros de esas personas, a quienes convencieron de que jamás podrían conseguir un crédito convencional por lo que debían aceptar las condiciones usureras que les ofrecían. Hoy se considera que el enorme avance que supuso en los últimos veinte años el acceso femenino a la propiedad, puede haberse anulado por esta política destructiva. ¿Cuál es la razón, se preguntan Gálvez y Torres? Pura misoginia, responden. Así lo escribió The New York Times en un reportaje en el que los brokers de hipotecas asumían que “las mujeres negocian más confiadamente y así les ofrecían préstamos a tipos más altos”.

Lo anterior es sólo una muestra de una discriminación económica enorme: en todo el mundo, las mujeres únicamente acceden al 3% de los préstamos bancarios. En España, los préstamos que se conceden a las mujeres como primeras titulares son únicamente el 4% y, como única titular, el 2%. El 95% de las cuentas bancarias en España tienen como primer titular a un varón. Sugiero que, si no tenemos información, empecemos a buscarla y que si pensamos que esto no nos atañe, cambiemos el enfoque. Porque, como todo lo demás, el dinero y las finanzas también tienen género.